Allá lejos y hace tiempo vivía un señor bajito, feo, amarronado, con un bigote súper especial en una ciudad de la que no recuerdo el nombre “Nomeacuerdo City”. La ciudad estaba asentada en un verde valle rodeado por montañas agrietadas por la lluvia y el viento. Este señor bajito, feo, amarronado, con un bigote súper especial se llamaba Pérez y nunca fue muy sociable, con los años se puso muy arisco y ermitaño y un día equis decidió irse a vivir a una grieta en la montaña. El Vivir en una cueva sumado a que era bajito, feo, amarronado, con un bigote súper especial le valió el mote de Ratón Pérez. La verdad es que el apodo le caía muy bien, a ciencia cierta y sin ánimo de exagerar, más lo llamaban así y más se parecía el pobre hombre a un ratón. La cuestión que todavía me parece que no les conté es que el Ratón Pérez había heredado de su papá un baúl lleno de libros y revisándolos una tarde de puro aburrido encontró el “Manual práctico para ser dentista”, un libro gordo de tapas duras cuya última página era un examen para completar y mandar por correo, si acaso el lector tuviera intenciones de cursar a distancia la carrera de odontología. Cuando lo leyó, supo instantáneamente que esa era su vocación verdadera, no tuvo dudas, hizo el examen y a los dos meses recibió un diploma que colgó en la pared de entrada a la cueva. Pérez empezó a practicar con su propia dentadura ayudándose con un espejo roto que había encontrado en la cueva. Resultaba difícil, ma que digo difícil, imposible practicar en él mismo. Él que era bajito, feo, amarronado, con un bigote súper especial pero no era tonto, sabía que en “Nomeacuerdo City” nadie se iba a prestar a tratarse la boca con él y siguiendo el lema familiar “a problemas difíciles, soluciones desesperadas” hizo unos afiches y los colgó en la plaza pública.
Dentista profesional
Pago por arreglar o sacar dientes
Doctor Ratón Pérez, odontólogo
Para contratar mis servicios
Tenga a bien silbar.
No fue fácil, sépanlo, el primero que quiso sacarse un diente tardó varios días en animarse a silbar, era un niño y quedó tan conforme con el trabajo y tan feliz con la monedita tintineando en su bolsillo que la noticia corrió como agua. Desde entonces y en honor a ese niño que venció sus miedos y sus prejuicios, el ratón Pérez nunca cobró a los infantes por sacarse dientes. Fue así, y seguro que ya van sospechando el final de este cuento, que nació la canción:
Vino el ratón Pérez y se lo llevó
Pero mucha plata él le dejó
Porque el ratón Pérez le saca los dientes
A los chicos buenos, buenos y obedientes.
Aida Rebeca Neuah
Imagen: "Contorsionista" de Raquel Díaz Rebollo