4 feb 2013

LA MOSCA DORADA


Killing Flies Óleo Lienzo Paisaje
Me desperté transpirado. Había dormido más de la cuenta y soñado algo que no podía recordar. Algo que tenía que ver con una mosca, o muchas moscas que giraban alrededor mío y se posaban de a una en cada lugar de mi cuerpo. El día pronosticaba normalidad. Paso a paso se fue cumpliendo mi premonición de rutinas. Beso mañanero de  miércoles que incluyó polvo de jueves (se ve que mañana ella se iba más temprano). Desayuno con dos adorables criaturas peleándose por la tostada más quemada, la cual terminó, pobrecita, adquiriendo poderes mágicos y volando de la cocina para aterrizar en el living, mientras yo estaba seguro que mi sueño de  las moscas era fundamental para el buen funcionamiento de mi vida. Dejando a mi mujer  en su trabajo una frase se intercaló entre sus “no me aguanto el pelo voy a la peluquería al mediodía” “nos quedamos sin leche cuando vuelvas traé” “la canilla de la cocina gotea”, una frase que me dejó intrigado “Ella, la mosca dorada, es la clave para cambiar tu vida”.¿Qué querrá decir? La enraizada costumbre a la normalidad ayudó a alejar un poco estos pensamientos de mi mente, lo que era una verdadera lástima porque mi trabajo hacia siglos que me había dejado de interesar. De vez en cuando, miraba por la ventana y veía un holograma de mosca dorada gigante que me hacía señas con sus patitas de que la siguiera, que dejara todo, que me apurara, que comprara la leche, que arreglara lo de la canilla que goteaba y que le cortara el pelo a mi mujer con el cuchillo con que se untan las tostadas quemadas. ¿Cuánto tiempo se le puede decir que no a un bicharraco como ese? Como si las respuestas a todas las preguntas que me hice en la vida estuvieran en esas acciones simples me dispuse a cumplir las consignas más claras que tenía en ese momento,  aunque  ninguna me importara un bledo. Compré la leche y la puse en el baúl. Di de baja el servicio de agua en mi casa y al mediodía me fui a la peluquería a ver como andaba lo de mi mujer. Cuando entré charlaba animadamente con el peluquero y le sonreía mientras le metía la lengua en la boca. Hubo algo que me llamó la atención, además de que perdí la cuenta de cuándo fue la última vez que sonrió, volando volando vino una mosca y se le posó en la comisura del labio  al tiempo que un rayo dorado de luz solar penetraba por un ventiluz del local. Entonces la vi. La mosca dorada, la clave. Me dispuse a hacerle los honores y  con el cuchillo de untar tostadas que tenía en el bolsillo traté de matarla con tan poca suerte que cada vez que clavaba el cuchillo en mi fiel esposa, la mosca, cambiaba de lugar. ¡Qué insecto tan vivo!  Pensó que apoyándose en la piel del peluquero se iba a salvar. ¡Qué va! Yo tenía un objetivo claro, uno propio,  quería matar a esa mosca y un simple peluquero no iba a serme de obstáculo. No sé cuantas veces intenté. Muchas. Hasta que logré atrapar a la mosca. Cuando levanté mi vista, mosca en mano,  entendí. “Ella, la mosca dorada, había cambiado mi vida”.  

Aida Rebeca Neuah
Imagen "Killing Flies" de Marine Suzineau